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domingo, 17 de mayo de 2009

JOSE MIGUEL HERBOZO


Este último viernes estuve en el Bar Yacana, leía un poeta muy joven. José Miguel Herbozo, (Lima 1984), quien ganó con su libro LOS RÍOS EN INVIERNO el premio de poesía organizado por la Universidad Católica el año 2007.

Tuvimos una charla amena, hablamos sobre su libro, sobre la editorial en la que trabaja ESTRUENDOMUDO, sobre el premio que ganó el 2007, su trabajo en un colegio, y poesía.

De este libro me encanta personalmente el poema (españa). Los nombres de sus poemas van siempre en paréntesis, al menos en este libro.

La noche fue muy agradable. Y acordamos volver a encontrarnos para poder charlar mejor y hablar sobre poesía. Estoy seguro que os gustará estos dos poemas que os dejo de él.







(españa)







Son las seis de la tarde aquí en España,
son las seis de la tarde; ella extrañaba
el silbido de los vientos, el movimiento inerte
de los bloques de acero en el asfalto;
el sonido de la calle cubriendo los oídos
y el furor amargo de la esperanza.



En su lugar conduce, ella atraviesa
la ciudad en un instante mientras sueña,
mientras piensa con desdén en el volante,
en el transito del viento, aquel ocaso,
las postales como un circo remediando,
los espejos que le aquejan al final,
las mismas tardes.




Va pisando el asfalto, si, pisando,
la amargura pisando y está sola en el asiento, si los hijos
son de otro, esos, los hijos, se parecen ¿al señor, mamá?
¿el de la vez pasada en el café, mamá?

Odiaba los cordones rojos, y él no hacía
más que mirarlos todo el tiempo: que preciosa
niña, me decía; que preciosa;
yo no hacia más que pedirle a mamá
cómprame unos cordones azules.

Era cierto, ella creía, él se lo dijo:
reprimir no sirve de nada, olvidarme,
aparecerme siempre y no serme
para hora del desastre, las canciones
repetidas, los desplantes, una a una
las paredes diletantes, solo tú
estremecedora de las realidades,
tú que cambias con las voces, por mí ruega
en la canción de esta noche, por mi ruega
en la hora del desastre.

Madre dice España su lugar, desde allí siempre
ese señor presiente, madre; aunque no dice
que hace todo por canción para esperarte,
cuando el ruido es sinfonía disecando
los sollozos, las palabras abusivas
no me cortan, ni el estruendo del odio
entre la hierba;
recordando las plegarias del culpable:
pobre loco que sufres, pobre loco,
yo tengo una canción para ti, una canción
que no es mía pero tampoco es tuya,
una canción de nadie, acaso de los dos,
que hace todo más distante.

Pero nunca me atreví a hacer nada distinto, nunca, nada,
nunca.
Por la borda los reveses, vida entera desplegada,
amaneceres, lágrimas de siempre entre la almohada,
ser asfalto que cubre el corazón, no ser en la garúa, ser
tus nervios en la hora de la lluvia, aquellos nervios:

tú partiéndote en pedazos
o en mitades;

por el otro matrimonio, el matrimonio,
la vacilación a cien, las curvas del camino no previstas,
perecer, el cinturón bien puesto--no de hija para ser---
el piano grita la cola melodías
tan vibrantes

mientras ella se golpea en el cemento
y se recorta.

él espera y espera
como siempre.

Esos cordones rojos a la hora del accidente.

Ella madre con los nudos en el vientre.

Ella novia soledosa
para aliviar el desastre.





(los ríos en invierno)

Me parece tan humano ese temor,
esa huella que en la piel nos deja intacta
una señal de estación cuando atardece
y unos fieles que regresan a sus casas
para nacer con el sol.

En el puerto de noche anclan las naves
donde fieles oscurecen los senderos,
un claro resplandor ahora separa
la paz inanimada de los sueños:
una sombra aparece de la nada,
se queda solitaria, allí existiendo.

Antes era ese mar quien nos hablaba
de un camino que llevaba más allá
de las puertas y ventanas del pueblo,
la ciudad que arrebata la mirada
para inventar el tiempo va extinguiendo
las cosas que uno ha visto caminar;
hoy sabemos también que el mundo habla
con el giro del sol amaneciendo.

Cuando el ojo dice formas que avasallan
el hombre se sumerge, sin ademán de palabras,
en el cuerpo que lo ha envuelto sin preludios
ni extensiones de secreto: el mismo hombre
repite varias veces--todas por la mañana--
el rito del silencio, el habla solitaria
a un más allá tangible que lo ha vuelto
el centro de sus miedos, la mirada,
el eje más incierto que lo asombra
y transforma en lo que calla, y va girando
hasta ceder el agua, ya secreto.

Así llega el pescado a la mañana,
la palabra a la mesa, el hombre habla
con el cansancio del cuerpo, la mañana
extensa sobre el río que es incierto
--como la vida misma cuando calla--
nos habla con su furia acostumbrada
el idioma del mar amaneciendo.

La ceniza hablará de otras mañanas
de cubrir con su sal el movimiento,
de desplegar una sombra
sobre rayo que es eterno,

el sonido de los puentes bajo el agua
y un andar por debajo hasta la muerte:

no habrá estacas para andar otra mañana.

La ciudad vacante enreda el miedo,
cómo borrar el mapa, establecerse
en medio de la nada; una escritura
sin tinta ni palabras, huella del agua,
la levedad y el rito que contienen
un circulo de sal en el silencio
y manchas en el alma.

Ya ninguna mañana que esperar
ni otro valle que habitar bajo las aguas.

La ceremonia errática del río
--rictus de tierra y penumbra--

un horizonte imposible & nuestras manos

sin tiempo para asirse
después de la mañana.

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