FRANCOIS VILLANUEVA PARAVICINO Y EL TRIUNFO DE LA POESÍA
Hace algún tiempo que Francois Villanueva Paravicino (Ayacucho, 1989)
apareció en los medios literarios nacionales y extranjeros como un vendaval,
incluyendo cuentos, poemas y reseñas en diversas revistas y antologías,
virtuales e impresas, lo cual es de gran relevancia porque nos acercó a muchos
a su obra y hoy se puede decir que es un autor de primer nivel en nuestras
letras. Ha transitado con efectividad la novela, la crítica literaria (donde se
le ve muy acertado y nutrido cultural e intelectualmente), el cuento (que es el
género en el cual, me parece, destaca más, con respecto al aprecio de los
lectores, por la cantidad de relatos aportados en variadas plataformas y por la
calidad de los mismos, además que es ducho en diversas corrientes como la ciencia
ficción, el realismo urbano o rural, el costumbrismo, el policial, el terror,
la mezcla de una o más de estas vertientes; para todo posee buena mano) y la
poesía, género en el que, opino, tiene textos de altísima factura, que incluso
superan en algunos momentos a su narrativa. No obstante, creo que estoy
tonteando al hacer aquellas comparaciones. Son universos distintos. Cada cual
se valora y se lee de modo diferente, es más, noto que su lírica se halla más
emparentada con sus microrrelatos, otra categoría que domina. Digo esto porque
varios de sus poemas son cortos, como si cogiera fragmentos del mundo exterior
o interior y los colocara en una docena de versos, separados en tres estrofas
(por dar un ejemplo, pues su construcción formal varía).
Es así como podemos apreciar de cuando en cuando
algunas muestras de su lírica en importantes espacios en nuestro idioma, como
la revista «Perro Negro de la Calle», que sale cada mes y es una de las mejores
del mundo en literatura general. También contamos con un buen antecedente en
forma de libro «El cautivo de blanco», excelente poemario que ya cuenta con dos
ediciones y el cual siempre he recomendado y cubierto de elogios. Esperaba
tener la oportunidad de expresar mi admiración por tal volumen, donde se nota la
destreza lírica del autor. He aquí el tiempo y el momento de recomendarles
dicho libro. Empero, hoy nos reúne otra gran noticia, la aparición de un nuevo
poemario de Francois, titulado «Los placeres del silencio», del cual comentaré
algunas cosas.
Dividiré esta disertación breve en tres partes,
primero explicaré el título de mi discurso, luego mencionaré algo muy
importante sobre la poesía, de la peruana en especial, y después entraré a
hablar de la obra que es motivo de este análisis.
Lo primero y lo segundo van de la mano y me extenderé
un poquito en ello, pero servirá para contextualizar y se pueda discernir que
lo mío no es solo entusiasmo, es una mirada certera. «El triunfo de la poesía
peruana», hace tiempo que hemos ganado en estas lides, a nivel internacional,
se trabaja buena poesía en nuestro país; me extendería mucho si hablara de los
maestros peruanos en este arte. Hay una preciosa tradición y, cabe decir, que
al leer tanta poesía peruana, desde mi etapa escolar (hablo de autores
contemporáneos) es visible la cantidad, pero también la buena pluma, en todos
los rincones de nuestra nación, sucede que la poesía no es muy comercial, no
tiene tantos lectores como la narrativa, además existe un grupo de autores
frustrados que le han hecho mala fama al género desde el anonimato y con nombre
propio desde ciertas trincheras belicosas.
Clasificar la poesía peruana actual sería harto
difícil, sin embargo, me voy a arriesgar a decir (si caigo en alguna polémica,
disculpas, se puede conversar este punto), creo que hay dos instancias en
cuanto a lo esencial. 1) Lo bello desde la sencillez; 2) Lo bello desde la
erudición. Por supuesto, un poema puede estar comprometido con lo social,
cantarle al ser amado o brindar una visión onírica del mundo; puede ir de lo
triste a lo cruel, a lo intenso, a lo inmenso. Yo hablo de la belleza no en un
sentido estético, sino me refiero a que haya una armonía entre las partes, que
«produzca placer a la mente y provenga de manifestaciones sensoriales». Según
el diccionario de la Universidad Autónoma Metropolitana se define como el
esplendor de la forma a través de la materia.
Podríamos decir «el esplendor de las figuras a través
de la palabra». En este caso, cabe aclarar que la poesía siempre es bella,
siempre está bien escrita. En nuestro medio tenemos a muchos autores con textos
fallidos que no son poemas (porque no son perfectos), también hay narradores
que escriben en verso, aunque esto lo escruto con mejores resultados, sobre
todo si el quid es poderoso. Asimismo, la literatura siempre está bien escrita.
No existe la «mala literatura», hay malos discursos. Ya pasando al segundo
punto: la poesía nacional, afirmo que, a pesar de la sobrepoblación de autores
que intentan escribir lírica y los que de verdad la consiguen, hay un número
amplio de poetas en todo el sentido del término. Eso podemos verificarlo con
facilidad en las antologías actuales del género o en poemas que han pasado
filtros editoriales profesionales, tanto en libros de autor como en revistas u
otros medios de renombre. Ahora sí, paso al libro de Francois.
«Los placeres del silencio» es un conjunto de poemas
cortos, de tres estrofas y cuatro versos cada uno, con epígrafes que revelan
una interesante bibliografía. El título nos remite al gusto que posee el
creador literario al sugerir antes que mostrar, o transitar con las frases
aquello que desea resaltar pero insertándolo dentro de un subtexto, entre las
palabras, no debajo de estas (como en la narrativa), por ello la simbología es
importante. Se torna lúdico desde el inicio con una introducción editorial que nos
remite al «autor del libro», un juego metaliterario con tono borgiano, no muy
usado, y aquí funciona muy bien. También se nos presenta en el epílogo, escrito
por el supuesto «editor».
Sobre los poemas, en definitiva son sublimes; paso a
argumentar el por qué. Se asientan en el terreno de lo elevado (en el plano
cultural), lo erudito, lo armonioso tanto en estética como en figuras. Ya hemos
tenido en la lírica actual poetas que trabajan con esa tonalidad, como Joe
Montesinos Illescas, Luis León Velásquez, Ana María Falconí o Carlos Morales
Falcón. No estoy diciendo que necesiten a un lector entrenado, los poemas son
disfrutables, excelsos incluso, no obstante, se notan los referentes de
diversas culturas que van desde la griega hasta la judeocristiana, y los
motivos que demuestran por momentos introspección y a ratos son épicos. El
autor apela un tanto a las imágenes para fomentar en los sentidos del receptor
una captura que lo conduzca hacia su universo.
Claro, son muchos universos, cuyos espejos, que surgen
y desvanecen como jugarretas de luces y sombras, usan todas las virtudes del
texto poético, donde resaltan, un poco más que otras, las escenas y el ritmo.
Ambas herramientas, aunadas, nos brindan dimensiones que se comprimen y se
expanden sin caer en el mero refocilamiento del envidiable manejo de la palabra
que posee el poeta, eso sí, se nota el deleite en aquellos escenarios, repletos
de personajes en un entorno armonioso (en el constructo) que nos produce
sensaciones varias, como el caos, el orden, la muerte, la vitalidad, el tiempo,
el espacio, la inmortalidad (se entiende que a través del arte) y el lugar del
ser humano en estas dimensiones, ya sea como protagonista o espectador, mas los
seres fantásticos también ocupan un sitial muy amplio en este maremágnum de
ensueños, pesares y sentimientos.
Aquí Francois no hace alardes, recalco. Se deleita con
su propia creatividad y la contagia a los lectores, el gozo se hace mutuo y
percibo emociones de toda índole, como el deseo a aquello que no se puede
conseguir o las ganas de descubrir los misterios que revolotean en uno mismo y
en el cosmos. Un libro con mucha vida, el poeta es (aunque se lea paradójico)
educado y desbocado. Un libro que pretende trascender y lo logra ya desde la
primera línea.
—Carlos Enrique
Saldívar