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martes, 1 de abril de 2014

ALFREDO COELLO



Alfredo Coello, es un integrante del grupo Parasomnia, activo promotor cultural, amigo, poeta, asiduo comprador de libros. Prepara su libro-objeto, que muchos esperamos. Nos deja en esta ocasión algunos textos que ofrecemos a vosotros lectores. Siempre dispuesto a llevar la poesía y la cultura a diversas partes de Lima, no se rinde, incansablemente con sus compinches de Parasomnia. Ahora nos toca leer sus poemas.


I

Se resignó el caminante a dejar de sortear el desierto que componía toda su historia, y se enfundó las sandalias. El horizonte distante, no dejaba duda de la desmayada faena y en el estomago se revolvían todos los demonios en las angostas tripas sombrías. El camino era caliente, un sepulcro de millas de kilómetros vírgenes, impenetrables, que no mentían que avanzar era casi imposible, que había que cuidar el agua, los ojos, las zanjas hechas por la naturaleza, las serpientes, que eran los pocos monstruos que vivían en las profundidades de estos senderos, las piedras afiladas hasta el fuego, que salían de todos los espacios menos pensados, tropezó el caminante con ellas en varias oportunidades, revelando varias veces el color de la vida humana. De pronto el viento sonó como un trueno y se hundió en la arena blanda, revelando el mal tendido en millones de partículas de polvo. A la vuelta de la esquina el amor lo atrapo como una criatura. Un cura sonrió como las alimañas ocultas en la maleza.

II

Quedo el caminante sin atreverse a mirar la angustia, sus manos contenían el frió, espanto oculto en los omóplatos; el golpe fue corto, la pena mínima, cortísima, violenta; a lo lejos un lobo miraba erguido la escena, un marco mal labrado formaba la fisonomía de esta historia. Donde no cabía duda: que las llamas del infierno eran más rojas que la piel de un recién rasurado. Le dijo que la amaba - mientras su húmeda piel transpiraba olores aterciopelados. Una sombra en la esquina del frente busca algo en su bolsillo interior, quizás un pañuelo o un crucifijo que termine con la débil luz que solía tener antes de excomulgarse.

III

El tiempo andaba tambaleante. Las velas en la sien del caminante hacían más brillante el color de su piel cobriza. Era día de partir, de regresar al elemento natural de donde salieron nuestros cuerpos, era grave el sonido del viento, vagas las siluetas que sus ojos  formaban frente a las analogías del tiempo. El camino siempre fue difícil, sus costados lo mismo, extrañará su voz con dificultades,

de repente exhalo la vida terrible. Una muchacha sonreía con vestido dominguero en la esquina del tiempo, parecía providencial que en esa infinita sonrisa pudiera existir toda la civilización. Un extraño exhalo el humo de un cigarrillo, acaso un anhelo. 


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