Alfredo Coello, es un integrante del grupo Parasomnia, activo promotor cultural, amigo, poeta, asiduo comprador de libros. Prepara su libro-objeto, que muchos esperamos. Nos deja en esta ocasión algunos textos que ofrecemos a vosotros lectores. Siempre dispuesto a llevar la poesía y la cultura a diversas partes de Lima, no se rinde, incansablemente con sus compinches de Parasomnia. Ahora nos toca leer sus poemas.
I
Se
resignó el caminante a dejar de sortear el desierto que componía toda
su historia, y se enfundó las sandalias. El horizonte distante, no dejaba duda
de la desmayada faena y en el estomago se revolvían todos los
demonios en las angostas tripas sombrías. El camino era caliente, un
sepulcro de millas de kilómetros vírgenes, impenetrables, que
no mentían que avanzar era casi imposible, que había que
cuidar el agua, los ojos, las zanjas hechas por la naturaleza, las serpientes,
que eran los pocos monstruos que vivían en las
profundidades de estos senderos, las piedras afiladas hasta el fuego, que
salían de todos los espacios menos pensados, tropezó el
caminante con ellas en varias oportunidades, revelando varias veces el color de
la vida humana. De pronto el viento sonó como un trueno y
se hundió en la arena blanda, revelando el mal tendido en millones
de partículas de polvo. A la vuelta de la esquina el amor lo atrapo
como una criatura. Un cura sonrió como las alimañas ocultas en la
maleza.
II
Quedo el
caminante sin atreverse a mirar la angustia, sus
manos contenían el frió, espanto oculto en
los omóplatos; el golpe fue corto, la pena mínima, cortísima,
violenta; a lo lejos un lobo miraba erguido la escena, un marco mal labrado
formaba la fisonomía de esta historia. Donde no cabía duda:
que las llamas del infierno eran más rojas que la piel de
un recién rasurado. Le dijo que la amaba - mientras
su húmeda piel transpiraba olores aterciopelados. Una sombra en la
esquina del frente busca algo en su bolsillo interior,
quizás un pañuelo o un crucifijo que termine con
la débil luz que solía tener antes de excomulgarse.
III
El
tiempo andaba tambaleante. Las velas en la sien del
caminante hacían más brillante el color de su piel cobriza.
Era día de partir, de regresar al elemento natural de donde salieron
nuestros cuerpos, era grave el sonido del viento, vagas las siluetas que sus
ojos formaban frente a las analogías del tiempo. El camino
siempre fue difícil, sus costados lo mismo, extrañará su voz con
dificultades,
de
repente exhalo la vida terrible. Una muchacha sonreía con vestido dominguero en
la esquina del tiempo, parecía providencial que en esa infinita
sonrisa pudiera existir toda la civilización. Un extraño exhalo el humo de
un cigarrillo, acaso un anhelo.
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