Jim Anchante poeta del Callao, nos ofrece este puñado de versos para la lectura de los visitantes al blog, aunque su poemario no está en circulación, el mismo que fuera publicado bajo un seudónimo, podemos leer estos poemas inéditos para tener una noción del trabajo poético de Anchante. Para los interesados, diremos que si podemos encontrar algunos ejemplares que publicara sobre la obra de José María Eguren, un texto crìtico. Leamos estos tres poemas.
SALUDO
He querido profanar la tumba de
mi olvido,
pero el silencio y su sombra una
vez más
hubieron de impedirlo, desgarbado
el ocaso que llevaba en tu
cabello de sirenas
tiernas
como tundra en mi sendero,
como noche en mi alborada.
Como lluvia que cayó, y que nada
bebe.
He querido profanar mi tumba,
prestas rocas
entre los márgenes insomnes de la
noche
que me decían “sigue adelante,
después de todo,
la oscuridad solo se apiada de
las ciegas voces.”
He querido llenarme de otras
hienas, escombros
que se apagaban en la inquietud
de las palabras
pero solo son palabras olvidadas
(casi como un recuerdo)
oh letreros olvidados en el
espacio inquieto,
en el precipicio
de otras palabras.
Una tumba, incluso vacía, es una
tumba
clavada en el corazón de los penitentes.
El alma se acuesta de a porrazos,
las sombras se inclinan
incipientes.
Las hojas van volando hasta dejar
casi desnudo
el libro de mi bestia preferida.
He querido profanar el espacio
sagrado de una estrella
que yace solo en el centro del
espacio,
de mi canto quedo,
de mi pronta inapetencia
para el olvido.
Los adioses olvidaron despedirse,
nuevamente,
entre tanto costado inquieto,
siderales
los emblemas que retornaban a sus
casas, espacios nocturnos,
siderales,
apesadumbrados.
Efímeros y muertos.
Una estrella no soñada en la
víspera que, como una tumba
galáctica y primaria,
entretejida
de silencio.
Polvo y plomo de las estrellas
luminosas
cogen de golpe una inquietud
sonora
un eco soberano,
un “hasta pronto” residual y
mezquino
entre lo hallado y la prenda
luminosa y sensitiva,
casi como un eco, un saludo.
DOMO
- El hombre, abrumadora sombra,
progénito embrión implicado,
alzábase auroras, carente de silfos
granados, orquesta, caudales.
- Emblema opacado, mi canto
corona oropelas errantes
de oráculo, obremos la senda enhebrada
y abramos, de abrojos, celajes.
CUANDO
EL DIABLO SUEÑA TU SUEÑO
Cuando el diablo sueña tu sueño
Y acoges acomedido su silencio
Todo alrededor te parece súbitamente nuevo
Pero es la misma pesadumbre, el mismo ocio,
La misma hepática dolencia de tu noche
El otro yo de mí que se agolpa en las entrañas
De la nada.
Ahora soy nuevamente el torturado caminante de mi
viaje
Y sigo escondido a los ojos de todos.
Solo tú, Señor, me ves, olvidado
Entre los umbrales de esta vieja epidemia.
No me digas la savia de los abriles marchitos
Oh sentencia rota del llanto
De llanto y de larva
Acógeme con tu aterrador encanto
Olvídame de pronto, como un sueño
Sángrame en silencio, ubicuo, taciturno
Señor sangrante de los abismos nuevos.
Hay otro lado de mí que no soy yo exactamente
Otra voz que debajo de la sombra me anuncia
“quédate”
Otra tierna equidistante entre los miembros de
esta noche
Y la salutación ubérrima, los desteñidos asombros
De cuando me dice “quédate” la voz sin un silencio
Sin una sombra que me cobije.
Ahora que dejo de tener esperanzas
Creo que puedo comprenderlo todo.
Nada me cuesta presentir la muerte de la Belleza:
No en el rostro de una mujer
Ni en el objeto claro y reluciente
Tampoco en los destellos de la noche ubérrima
Y menos aún en los lujos de quienes son
catalogados de cadáveres.
La Belleza está allí, agazapada,
En la atroz mirada desde adentro
De mi Noche, de mi latido tremebundo
Cuando la Muerte me cierra la pupila con su manto
Y todo está perdido.
Quiero soñar con la muerte
Pero solo recuerdo su nombre.
Ahora todo ha sido dicho como una salutación:
Démonos las manos y entreguémonos a lo que nos
condena.
La condena en el alma de los hombres es tan solo
un malestar superfluo
De quien devino inquietudes, vana conciencia.
Cuando estamos en el límite de la ambrosía, tan
solo los sentidos nos arrastran
A pecar, a sentir qué es pecar y desear
El ombligo de la noche, esa perra vieja y
embustera
Que terminamos por amar en la sombra
De una sentencia.
No existen las sentencias justas:
Existen los lamentos de una suerte condenada.
El diablo es el hermano de nuestra insatisfecha
alma
A él nos cobijamos en nuestros más bajos
Y verdaderos sueños.
Jim Alexander Anchante (Callao,
1979). Escritor, crítico
literario y profesor universitario. Ha estudiado en las universidades San
Marcos y Católica. Actualmente cursa un doctorado en la Universidad Bordeaux
Montaigne (Francia). Como crítico, ha publicado los ensayos Poesía, ser y quimera: estudio de La
mano desasida de Martín Adán (2012) y Las figuras del cazador: símbolos
alegorías y metáforas en Simbólicas de José María Eguren (2013),
así como numerosos artículos. Como escritor, publicó en 2006 el poemario Resquicios, y ha colaborado
en las revistas Ínsula
Barataria y Lucerna.
En 2008 obtuvo el segundo puesto en el concurso de poesía Transformations, organizado por la Alianza Francesa de Lima. Un
texto suyo ha sido incluido en la publicación Ritmo 20, voces del Perú (2014), antología
de poesía peruana hecha en México. Está preparando un libro de cuentos y
una novela para una próxima publicación.
Es muy hermoso el final del poema "Saludo". Muy hermoso.
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