Una ciudad bañada por el mar es una ciudad privilegiada.
Eso se suele decir en los manuales de turismo. Pero la prisionera-de-sí-misma odia esta ciudad: es un pueblo de asmáticos, de olor a mar revuelto, peces varados en la orilla, basura que se va acumulando con los días en los rincones y con los días va anegando todo con un olor a muerto.
Los muertos huelen en la parte más profunda del paladar.
Los muertos de esta ciudad forman una línea que lleva kilómetros y que se extiende como un desierto. En el desierto que circunda esta ciudad no hay un solo mensaje. Los niños no juegan. Los ancianos caen en las pistas y nadie se atreve a recogerlos. Los comerciantes pintan las paredes de toda la ciudad para engañar a los niños y a los ancianos, para inventar la prosperidad.
A la prisionera-de-sí-misma no le importa ni la prosperidad ni la miseria. No pone mucha atención a nada. Hojea las revistas y envidia a las modelos de cuerpos esbeltos, de pechos amplios. Compra carteras, faldas, zapatos de taco, zapatos sin taco, compra lápices cuando no tiene dinero para comprar. Compra para sonreír pero no para tener. No le importa acumular objetos, lo único que busca es una sonrisa entre los probadores de un centro comercial. Porque los que quieren huir de esa ciudad y no pueden sólo compran para sonreír. Escuchan música también para sonreír. Cualquier cosa para poder sonreír un poco.
Los muertos huelen en la parte más profunda del paladar.
La prisionera-de-sí-misma suele caminar por la calle con lentes de sol de color amarillo-naranja y piensa que la ciudad mejora con ese color reposando sus ojos turbios. No mira las esquinas, no saca la mano en los semáforos, no golpea a los transeúntes. Se coloca los lentes amarillo-naranja sobre los ojos y todo empieza a mejorar. Saca el tubo de ventolín de la cartera, lo aprieta dos veces sobre su boca y los pulmones empiezan a recobrar su función. Un par de pastillas rosadas y las cosas van en alza. Un trago, una cita, un beso furtivo, algo de sexo rápido y la ciudad empieza a despejarse.
La bruma se disipa.
Los colores de las luces en la noche cobran dimensiones inexplicables. Las bombillas rojas, el neón lila de las discotecas, el aire denso, los anuncios de las tiendas.
Pero el olor sigue ahí, ahí, en el fondo del paladar.
Mariposa Negra
El papel que he puesto sobre las ventanas ha quedado empañado
La humedad de su saliva sobre mis piernas, entre mis dedos
Se guarda y en pequeñas cavidades, destroza
Esto que a veces pretendo inventar.
No, amor, no basta con lamer nuestros cuerpos,
No basta con patearnos y gritar, jadear hasta pulverizarnos
No, amor,
No preguntes la hora después, no enciendas la luz, no hables, no pienses, no respires
Quieto
Deseo recorrer con mis sucias manos tu cuerpo inerte
Y sentir que mis olores te poseen, se incrustan entre tus vellos
Te deshacen.
Mi habitación rojiza se abre como una niña y espera
Pero este rojo tuyo no puede mezclarse ni sangrar, no puede
Rebajar esta brecha de tormento entre tu espacio y el mío
Tu saliva de nuevo sobre la palma de mi mano y tus ojos intentando
No amor
No basta con emitir gruñidos de animal en celo,
No basta con destrozar mi ropa en jirones al aire, no basta
Con inyectarnos veneno en este encuentro
No amor,
Cuando termino de escuchar la música que dejaste
Cuando corto un pedazo de pan y lo mastico para engañar mi furia
Cuando recorro con ojos lascivos la habitación en rojo
Y constato tu presencia en el interior de otra
Habitación vacía, cuando
Enredo entre mis dedos el ansia y la distancia
Sólo la imagen de tu sombra estirada sobre el papel fucsia permanece en mi silencio
Y una mariposa negra, presagio de la muerte, me acompaña.
La máquina de limpiar la nieve.
Ahí suena, con su carraspeo ronco, el motor
en medio de la noche blanca
opaca con su chirrido los otros ruidos:
esa incesante música que destilan los caños
el hombre, inmigrante a su pesar, aprieta
el mecanismo y va limpiando el camino
el sendero blanquecino que antes se hundió
bajo la nieve
el ruido que podría ser insoportable en su monotonía
es el preludio de un camino limpio
desde las ventanas amarillentas de los departamentos
las caras ateridas labran una pequeña sonrisa
miramos el paso del carro
los mecanismos misteriosos que permiten la limpieza
desde nuestras oscuridades también advertimos que se va acumulando
un hielo frío que al principio parece raspadilla
imperceptible polvo gélido
apegado a nuestros cuerpos como goma arábiga
con los días y el mal tiempo el polvo muda en escarcha
dura y repulsiva como el hielo derretido en el asfalto
en medio de la oscuridad blanquecina la nieve envuelve
con su mugre una chalina
tiene que venir el sol, húmedo y tímido,
pero a veces demora en sacar la cabeza
es mejor seguir el compás de la máquina
su música amarilla, su tintineo monótono, su canturreo sordo
es mejor limpiar el camino a la primera nevada
sacar la lágrima de encima
es mejor evitar la dureza de piedra del témpano
torcer con suavidad para otro lado la cabeza
limpiar desde el principio y quebrar
con dulzura lentamente los párpados
nada que equivalga a una humillación.
PD: La poeta y el blogger en la Feria del Libro de Lima el año 2006
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