La barca
encallada de Márlet Ríos
Decía el poeta Javier Sologuren que si un
hombre cumple los 25 años y sigue escribiendo poesía, ya es un poeta. Márlet
Ríos, según la contratapa de este su segundo poemario Como barca encallada en
la arena, ha pasado ya esa barrera de años y los catorce poemas, más los dos
relatos breves que aparecen al final de esta publicación lo confirman en
nuestra literatura. El poeta Alberto Benavides decía que: “(…) no hemos
progresado en muchas cosas, pero poesía (de la buena, -agregaría yo) nunca nos
ha faltado”. Y ya sabemos que las presentaciones poéticas no son algo que
reúnan multitudes, sobre todo la poesía de vates en ciernes. Escribir poesía
implica haber vivido algo y haber leído más que los otros. La poesía escoge sin
más, sin que el poeta tenga ningún derecho que alegar. En Márlet Ríos (poeta de
origen talareño) sucede esto y sucede también que el ejercicio poético no ha de
precipitarlo ni al mal ni a la desgracia. Digo esto porque, él, sin
sobresaltos, se traslada por las fuentes mínimas y máximas del lenguaje, hacia el interior de
su ego y hacia el exterior de su álter ego, para entregarnos, en esta
oportunidad, excelentes textos.
Desde su primer poemario Balada de Crates, y
otros poemas, se percibe ya la indagación y búsqueda de un lenguaje que se
acomodara a su voz. Y con estos poemas que no son ni herméticos ni de lenguaje
impersonal, se puede afirmar que son creaciones con lenguaje directo y
sencillo, y con ciertos rasgos irónicos, es decir, que con ellos el poeta ya se
ha forjado un estilo definido, empleando frases cortas e imágenes que evocan la
influencia libre de sentimientos, rehusando de la retórica altisonante y
directa. Sin embargo, como toda gran poesía, está inmersa en su época y bebe de
su historia tanto social como individual. Pero
vayamos por algunos de ellos.
Con el poema “Halley” (y siguiendo el orden,
es el segundo que aparece en este poemario) nos ofrece una lectura personal del
paso de dicho cometa, hecho que se vivió en el año 1986 no solo en el Perú sino
en otras partes del planeta. Dice el poema: “La lluvia de estrellas / que deja
a su paso el cometa / irrumpe con fuerza por la madrugada. / Los fuegos
artificiales danzan sobre / nuestras cabezas”. Para los especialistas el cometa
Halley es el único de periodo corto (puede oscilar entre 74 y 79 años) que es
visible a simple vista desde la Tierra, y también el único que quizás aparece
dos veces en una vida humana (de hecho, el nacimiento y la muerte del escritor
Mark Twain ocurrieron muy próximos a apariciones consecutivas, en 1835 y 1910.
Con “Halley”, el poeta transmuta los hechos, poco cotidianos, en poesía, pero
no de un modo confesional que atosigue al lector, sino con una carga
sentimental no exenta de ternura, evocando también al ser amado, el cual le da
realidad y vuelve más cierto a ese hecho cósmico que gracias a su contacto
llega la iluminación, pero, como dije, es recién con la presencia del ser amado
que todo cobra sentido para el poeta: “(…) la cola del cometa de cientos / y
cientos de km. meneada / con cierto garbo y sensualidad, pero / mucho menos llamativa
que la tuya, / pasa rozando la ventana de / la habitación dejando en el aire /
un universo de partículas distantes”. Lo cierto también es que para el poeta,
no es lo común, sino lo extraordinario y apocalíptico que ocurre cuando pasa un
cometa. “Terribles visiones proféticas
ponen / de relieve lo fatal que resulta / atravesarse de golpe en su trayecto /
la temida colisión con los fragmentos / del núcleo aviva ancestrales temores”.
Puede interpretarse también que con el poema “Halley”, como en algunos poemas
del libro Las inmensas preguntas celestes de Antonio Cisneros, se aborde los
cuestionamientos vitales de un hombre que está en el medio del camino.
La poesía de Márlet Ríos asume la vida como
materia poética. Por ejemplo, en el poema “Nikos”, muestra con imágenes
sencillas la inocencia de su hijo, quien, como todos los niños está lleno de
preguntas infantiles, preguntas que lanza a la abuela, la mujer sabia, voz de
la experiencia y de respeto en toda familia. Dice el poema: “Mi hijo sonríe y canta
como un niño feliz / Le pregunta a la abuela sobre los bailes de moda / Ella no
se incomoda ni se sonroja. / Los bailes indecentes y pornográficos de los adolescentes”. Aquí lo cotidiano abarca
una considerable importancia. El poema también es una vuelta a la infancia que
solo es posible a través de dos instancias: la de Nikos (el hijo) y la de la
abuela, ordenadora y llena de sabiduría que pertenece a un mundo orientado
hacia la exterioridad frente a un mundo carente de sentido. Al final del poema
aparece la imagen del padre como interpelado por lo que hace su hijo. Dice el
poema: “Y si bailara más gozosamente más endiabladamente / con todos los otros
niños felices sociables y nada serios del mundo / tan diferente a su padre”.
Este poema también, de alguna manera, enfrenta al lector con el niño solitario
que, en mayor o menor medida, todos llevamos dentro, sin que nos angustie el
pasado y el futuro.
En la lectura de estos textos también
encontramos un afán antirretórico, es decir, se deja de lado las frases
melodiosas, pero sin perder el tono lírico como sucede en su “Cementerio
marino” que no son más que versos escritos a manera de haikus. “Moscas danzan
sobre / la arena que cubre / restos de un pelícano”. Este poema se puede
considerar como una crítica a los versos de largo aliento con cierta carga
épica. En la brevedad, belleza, parece decirnos el poeta. Si los poemas en
verso largo sugieren un ritmo pensado y meditativo, estos haikus son propios de
una lectura centrada en las imágenes. Por otra parte, el poema “Música
barroca”, también de versos cortos, vemos que está ejecutado en pausas
musicales, tan afín a una sensibilidad onírica. En él encontramos la presencia
del fuego, que es lo que destruye y hace danzar a los personajes en una
iglesia, lugar donde se encuentran los hombres y su divinidad, para vivir y
morir. “Una iglesia ardiendo con / llamaradas de furia / enormes como una
catedral gótica (…) / Las turbas danzan / al calor de ídolos y símbolos /
vacíos / abrasados / por lenguas ígneas (…) / una muchacha de rostro lánguido /
recoge flores negras / en medio de un altar / que se reduce a polvo”. Se ve
también como contradictorio el título, pues la música tiene poder vital, esa
música barroca que purifica a las personas, que les devuelve la inocencia
original y los identifica como seres humanos, y en ese fuego no solo se ve la
destrucción sino que también se puede ver una expresión de los tormentos de
unos asociados con la idea de la maldad de otros.
En general, estos catorce poemas que
aparecen en esta barca encallada no son ni de desencanto ni de total ironía,
son poemas que rompen con la dicotomía poesía pura y poesía social que caracteriza
a otros poetas de la generación posterrorismo. Su lenguaje se aleja de lo
académico y se acerca a lo vital, en razón también de la común influencia de la
poesía simbolista francesa más que de la poesía anglosajona. Desde el título se
puede percibir el ánimo de esta publicación, pues, una barca en la arena es no
estar activa, es querer estarse quieto para interrogarse sobre las cosas de la
vida cuando se ha llegado a una edad madura. Es como querer parar lo
indetenible, lo que está o debe estar en constante movimiento, y es querer
hacer del tiempo una rémora. En general, estos poemas han sido escritos en
diferentes épocas con claves de lectura que llevan a la vida del poeta en una
épica de lo cotidiano, producto de una notable maduración en el oficio literario.
En la segunda parte del libro subtitulada
“La soportable brevedad del ser”, aparecen dos textos: “Las ruinas de la cuarta
dimensión” y “La constelación”. En estos dos breves y ágiles relatos, asoma
–como en toda obra- no solo una ética y una estética sino también una
cosmovisión que nos traslada a la época preinca con sus dioses inmisericordes y
sus construcciones de barro. En uno de los párrafos de “Las ruinas de la cuarta
dimensión” dice: “La huaca era un importante centro ceremonial donde los
antiguos hacían sacrificios para sus dioses y vaticinaban el futuro”. Y en el
texto “La constelación”, dice: “la pirámide trunca, bajo el amparo de la deidad
luminiscente, se podía divisar a la legua. Los prisioneros permanecen en la
habitación frente al altar de los grandes sacrificios. Murales de pulpos con
cabeza de serpiente y cangrejos terroríficos hacían más siniestro el
cautiverio”.
En los
textos se respira también la presencia importante del mar, por no decir que es
uno de los significantes recurrentes. (“Cuando escapaba, me vinieron a la
memoria los largos paseos por la playa, cuya arena mojada acariciaba mis pies
descalzos”.). El mar, ese universo solitario con que el narrador va a
confrontar su mundo interior. Ese mar que prefigura el mundo y la vida como ese
espacio de la inmensidad y la ensoñación. En general, son textos escritos con
una mirada no la del escrutador que descubre y disocia sino la de un tenaz
viajante que quiere reencontrarse con algo que ha vivido en un tiempo pasado.
Los personajes que aparecen son símbolo de una vida libre y renovada, pero se
ven como envueltos en creencias supersticiosas o del más allá, ajenos a todo lo
que se vive en las ciudades modernas y decadentes. Desde otra óptica, hay como
un encuentro de los mundos (el de la niñez y la adultez) donde se desprende
claridad y vitalidad de las imágenes. El lenguaje es fluido y directo. Quizá
una de las apuestas más destacables de los dos textos es la economía de las
palabras.
Para
terminar, afirmo que Márlet Ríos hace de lo cotidiano lo universal, lo eterno.
Él pertenece a una generación de poetas, entendidos no como quienes se dedican
a escribir versos sino como quienes se ocupan de materias eternas y universales
alejadas de toda ideología y/o metafísica. Con imágenes sencillas muestra un
aislamiento que es más bien una postura literaria, y seguro una constante en
sus siguientes obras.
Miguel
Hernández Sandoval (Miraflores, 4 de diciembre de 2014
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