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sábado, 11 de abril de 2020

5 POEMAS DE CÉSAR PANDURO ASTORGA





Ica es sin duda uno de los lugares donde podemos encontrar a uno de nuestros mejores escritores y más representativos de las letras peruanas: Abraham Valdelomar. quién dejara en sus escritos el paisaje iqueño y la memoria de sus vivencias. Desde ese oasis traemos los poemas de César Panduro Astorga, promesa literaria del país quién nos ofrece textos de su autoría para que usted lector, pueda encontrar al  poeta iqueño, observador de la vida que Panduro lleva dentro y que aflora en sus versos.




LA ORUGA


La oruga en sus entrañas guarda árboles.
Las hojas sujetas a la rama
sin volar ni ser alas aguardan que la oruga
se nutra de sol hasta pintarse de flores el cuerpo
y de puntillas buscar agua
entre las sábanas de los pétalos
aplaudir con sus alas al aire y
seguir el camino que le señala su lengua.
La oruga hace lunas de vacío en la hoja
y no se sorprende de tener verde el corazón
la boca, los pies y la sonrisa.
Sólo hurga una piel suave para sus dientes de cera
cuida que su pie no halle el nido escondido
espera que las alas
desborden su cuerpo.
Dejará la mirada verde
por ojos azules,
temerosa dará el primer aleteo
un remo frágil en el mar de aire que duerme en el jardín
abrirá puertas invisibles.
El tránsito de reptar por los tallos y las ramas,
y volar por encima de la sombra que dejó en las hojas
es la vida de la oruga,
cambiar de nombre y mirada,
a mar y poza, agua y agua,
volver al origen del viento
y dormir sin que nadie lo pregunte
en las entrañas de las hormigas
que limpian el césped del jardín
de lo que cae y no crece.



OCÉANO

Una ballena salta del mar a mi cama.
Acuesta el agua y los peces de su cuerpo
en el papel de mi almohada.
Las olas de sus dientes muerden mi cuerpo.
Sus ojos en marea duermen lentamente
hasta ser la niña que vino del mar a dormir en mí.
Su enorme cuerpo ha dejado un espacio para mí.
La abrazo y mojo mis manos,
respira y la brisa rompe las ventanas
y se esconde en todas las paredes de mi casa.
Mi casa es un océano.
Mi boca quiere besar
 su boca
pero ella teme que sus olas rompan mi muelle.
Quiero dormir en su cuerpo,
acostarme junto a los peces y el agua
que corren por sus cauces,
abrirle los ojos y mirarle el sol.
Pero ella es del mar y respirar su agua
me llenaría de sal el corazón.

  


REFLEJOS


a Ramón Rojas Díaz


No me miro en los espejos:
los espejos me miran a mí.
Prefiero mirarme en el agua,
ahí no tengo arrugas
y mi rostro tiembla como una estrella.
En el agua mi piel no tiene huellas
y comprendo tanto de la vida,
y sé que es frágil,
que se puede romper al contacto
con la piedra más pequeña.
En los espejos no se puede mirar al sol
y la cintura de la luna no entra en sus marcos,
mi cuello no alcanza su dureza,
mi cabello es una sábana que me cubre.
En el agua soy un paisaje,
una onda que estalla como una mariposa,
un tronco de tela.
En los espejos soy una habitación,
un mueble un peine un recuerdo
al apagarse la luz.







CANTO A LA ACEQUIA LA MOCHICA


A mis hermanos Erick e Ingrid

La Acequia era el cordón umbilical que nos unía al río
El padre al que aprendimos a besarle los senos
Y regar las flores y los frutales que nos crecían
En las manos
El agua era un pájaro que volaba bajo los pies
El camino que tomaba la luna en los tumbos
La sangre del cauce que permanecía
seco en invierno, cuando nosotros :Erick, Ingrid,
hermanos míos, amados hermanos
nos protegimos del frío
con las hojas de los sauces.
Aprendimos de los incestos a esperar el agua
de las arañas a tejer casas con nuestras babas
y de las lombrices que nuestro alimento vivía
en la tierra y en las pezuñas de nuestros animales
que bebían el agua con la sabiduría que su muerte
alimentaría a quienes le daban de comer…
la acequia fue el camino que eligió la neblina
la vena que puso el río a nuestro alcance
para lamerlo, para abotonar su camisa a las rosas
que explotaban en la orilla.
La acequia, la hendidura que abrieron ciempiés
Y arañas, fue una galaxia de
moléculas húmedas
el lugar que eligió nuestra infancia
hermanos míos, Amados hermanos
que en la sequía aprendimos
que el agua pasa para regresar
en las antenas de las libélulas
Hermanos míos, amados hermanos,
solo me queda recordarles
Que en las jaulas que con carrizo construimos
Nuestra inocencia nos espera con las mismas ansias
Que nosotros (cuando niños) el agua.


 HERMANO ERICK


He sido un extraño para mí mismo.
De niño fui el adulto que se negaba a romper ventanas con la
pelota.
Olvidé coleccionar en la botella las canicas ganadas
y fui un silencio más largo que el de mi padre.
Las figuritas del álbum de mi hermano son mi tesoro.
Yo las compraba al salir del colegio
y las pegaba sin que él se diera cuenta.
Con los años, él arrojó el álbum al tacho de los recuerdos;
yo lo recogí para acordarme cómo fue él
a esa edad donde los dientes son tan frágiles y blancos.
Mamá nos enseñó a no esperar a Papá Noel
colgado desde una media, y con los años aprendí
a derribar a hachazos el árbol de navidad de la sala.
Los zapatos que calzaba eran dos o tres números
más de la talla que debía usar.
Yo tenía que cuidarlos como quien cuida un recién nacido,
caminar despacio, no patear nunca un balón en el recreo
y no mojarlos en el charco donde los peces llegaban a morir.
Mi hermano esperaba que su cuerpo creciera para usarlos
porque él siempre me siguió los pasos.
Dibujaba en sus cuadernos una casita feliz,
árboles de lápiz y carbón, con perros y flores,
un techo con chimenea,
porque él si creía en papá Noel.
Me veía dibujar malecones, el mar que conocimos
cuando mis zapatos ya no le entraban.
Se reía de los puentes
que hacía con las cañas en las orillas de la acequia,
reía de su hermano que no aprendió a abrir los dientes,
que dormía a su lado y lo calmaba de sus pesadillas,
y le decía solo ha sido un sueño, un mal sueño.
He sido un extraño.
El que no participó del juego del mundo para no viajar,
el que ayudaba a su madre a pelar las menestras,
el que apagaba los leños y daba de comer a su perro.
Fui el niño que aprendió a ser niño con los años,
el que sigue pegando y despegando
en su cuarto las figuritas del álbum,
el que sigue recogiendo maderas y ramas secas
para encender el fuego y ver cómo arde la vida.


  
César Panduro Astorga. Ica, 1980. Es profesor de Lengua y Literatura, egresado de la Universidad Nacional San Luis Gonzaga. Ha publicado "Cuando cae una hoja", "Los lados del agua", "Una rosa junto a mi pie", entre otros libros. Trabaja desde el 2003 en la Biblioteca Abraham Valdelomar de Huacachina. Y es director de El Conde Plebeyo editores.

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